Como los homofóbicos, niegan ser transfóbicas, pero creen que las personas trans un día despiertan con ganas de cambiarse el sexo y eliminarlas.
Las feministas radicales que excluyen de su activismo a las personas transexuales y transgénero (trans-exclusionary radical feminists, TERF, por sus siglas en inglés) pertenecen a un subgrupo del feminismo que está convencido de que una minoría dentro de la minoría de lesbianas, bisexuales, gais, transexuales, queers y asexuales (LGBTQA) hará que las mujeres nacidas con útero desaparezcamos.
“Dentro de no mucho tiempo, tan pronto como perfeccionen los trasplantes de útero a hombres, organizarán el exterminio de las mujeres (hembras humanas, es decir, nacidas con vagina y útero). Es el próximo holocausto. Lo sé con certeza y me vale verga que me digan loca”, escribió Carolina Sanín en su cuenta de Twitter.
Acorde y previsiblemente, docenas de usuarios expresaron su rechazo hacia esta postura sin contar con que con ello vendrían nuevos tuits justificándose. ¿Qué pensaban que iba a hacer alguien que aboga por el reguetón únicamente porque en Internet lo critican?, ¿o que dijo abandonar el feminismo tras las críticas a Maradona, el día de su muerte, porque usaba las caras de sus exparejas como peras de boxeo?
De vivir en en el siglo XVIII, Sanín habría defendido hasta la hoguera el derecho de la mujer de ponerse pene y el del hombre, de quitárselo.
El problema es que justificar la defensa de lo que las mayorías critican es tan perezoso como defender lo que las mayorías aprueban.
Transfóbicas, transodiantes, transintolerantes, transcríticas... da igual. Niegan serlo a la vez que acusan de homofobia —aunque niegue serlo, pero lo sea— a quien afirma que la homosexualidad no es natural. Algunas son criticadas o aclamadas dentro de los círculos de los estudiosos de género y otras, como JK Rowling, son víctimas de esta sociedad transfílica por atreverse a hacer viral lo que esos apellidos de la academia TERF murmuran: "(el activismo trans) está haciendo un daño comprobable al tratar de erosionar a la 'mujer' como clase política y biológica y ofrecer un encubrimiento a los depredadores", escribió en su blog.
Victimarias espejo
Sí, Chimamanda Ngozi, una mujer trans, por haber nacido con pene y testículos, tuvo una experiencia diferente a la de quien nació con vagina y útero que usa para tener sexo con hombres nacidos con pene y testículos. Y la segunda no tuvo que esconderse para jugar con muñecas, maquillarse ni usar ropa de mujer; tampoco fue matoneada por no gustar de los deportes o enamorarse de su mejor amigo.
Rowling y Sanín son tan víctimas como los cristianos conservadores en Estados Unidos que denuncian una guerra contra la Navidad. ¿Los cristianos en Iraq? ¡Ellos no son víctimas! Los verdaderos perseguidos se enfrentan a los medios liberales que quieren eliminar los valores de la familia tradicional, hormonizar a los niños y cambiarles de sexo.
Ese es el futuro cercano: los sistemas de salud en Colombia y el mundo pronto ofrecerán testosterona y estrógeno a los padres y madres que soñaban con un niño en vez de una niña y viceversa.
Porque la mayoría de familias sueña con el día en que su hijo le revele que se identifica con un sexo o género diferente al biológico.
Porque el proceso de reasignación de sexo es tan simple que solo consta de (en el mejor de los casos) un año de evaluaciones psiquiátricas, psicológicas, con endocrinológos y cirujanos para solicitar, con tutelas y órdenes de desacato —como quien quiere acetaminofen—, una cirugía que este sistema de salud transfílico prioriza como estética (no reconstructiva, porque lo reconstructivo no es un "capricho", citando a Sanín, en su suerte de Informe sobre ciegos tuitero, sobre cómo hombres heterosexuales —nacidos con pene y testículos— se pondrán úteros y tendrán sexo entre ellos. Porque no hay otra fantasía que los excite más).
Nada como las EPS para recordarles a las personas trans lo cerca que están de ser hegemonía.
Y es que la preocupación de Rowling es legítima. Se sabe que pedófilos y abusadores suelen posar de mujeres trans para atraer a sus víctimas. Los hombres heterosexuales —nacidos con pene y testículos— no abusan de sus parejas. Ni son los padres, padrastros, tíos, primos, vecinos, profesores, etcétera, los abusadores señalados más frecuentemente.
Todas las mujeres —nacidas con vagina y útero— sabemos que hay que cuidarse de los Buffalo Bill que fingen amistad, clásica cubierta de asesinos y violadores.
Luis Alfredo Garavito jamás se habría disfrazado de sacerdote de saber que los niños y adolescentes en los pueblos empobrecidos que recorrió confían más en un hombre nacido con pene y testículos que viste ropa femenina.
Por su parte, los hombres heterosexuales —nacidos con pene y testículos— saben que pueden fingir ser trans para acceder a docenas de víctimas. Por eso son tan frecuentes las noticias sobre estos crímenes. Nadie sospecha de su amigo, pareja, expareja, familiar, una figura de autoridad, alguien que conoció en Internet, el desconocido en una calle oscura y sola... precisamente porque la transexualidad es la primera fachada a la cual los hombres heterosexuales —nacidos con pene y testículos— recurren.
Otra teoría podría ser que Rowling y Sanín no fueron criticadas por ser mujeres —nacidas con vagina y útero—, sino por decir estupideces. Las mujeres, incluso las inteligentes, están exentas de ello.
La reconciliación de los extremos
Tanto el TERF como la derecha comparten el interés de proteger a la infancia de los supuestos peligros de la transexualidad, arma histórica de la derecha reaccionaria, apesar de que se ha demostrado en todas sus dimensiones que son completamente falsos.
De esta forma, la transexclusión y la derecha advierten sobre la manipulación de la niñez que, influida por sus padres y la escuela, se verá presionada para transicionar. Así pues, los menores trans serían víctimas de una socialización de roles de género impuestos por el patriarcado, la manipulación ejercida desde su entorno o ambas.
Para demostrar sus argumentos, el sector transexcluyente expone cifras descontextualizadas y relatos.
Particulares elevados a máximas.
Las TERF no exponen el enorme (y contrastado) porcentaje de personas que han transicionado voluntaria y satisfactoriamente, sino los casos estadísticamente insignificantes en los que la persona destransicionó sufrió problemas y/o cometió delitos.
'Es rarísimo, pero podría pasar, lo cual es suficiente prueba' también es un argumento de la derecha para justificar, por ejemplo, sus posturas antiinmigración que se basan en una minoría criminal para censurar a múltiples colectivos. Igualmente pasa con la violencia de género, cuyo debate se centra en una minoría de denuncias falsas. O el aborto, cuyos peligros se advierten con la exhibición de un puñado de casos descontextualizados que sufre complicaciones.
Otra de las armas que las TERF usan para adviertirnos sobre la anormalidad de la sexualidad trans es el psicoanálisis.
Para contextualizar, en resumen, según la teoría psicodinámica, el varón —nacido con pene y testículos— en la infancia, tiene miedo de perder del falo (en tanto representa poder, superioridad y la posibilidad de reunificación con la madre) a manos de su padre, mientras que la mujer —nacida con vagina y útero— teme se enfrenta a la constatación de que 'ha sido castrada'.
Para el varón, este miedo objetivado implica la salida del complejo de Edipo y un menosprecio que perdurará hacia la criatura castrada. Para la mujer, en cambio, el complejo de castración marca el ingreso al Edipo. Ahora se sabe castrada, el tiempo le ha develado que no tiene falo y que nunca crecerá, de lo cual culpa a su madre, pues es quien la ha 'fabricado mal'.
La articulación con el complejo de Edipo es clave en ambos casos, y la posición tomada por el sujeto ante el complejo de castración tendrá gran influencia en la vida psíquica futura, además de estar íntimamente relacionado con el fenómeno de la angustia (neurosis). El hombre ve en el padre a un rival por el cariño de su madre; más tarde, en la adultez 'normal', sublima esta rivalidad en la competencia con otros hombres por otras mujeres.
La mujer, por su parte, sublima el Edipo 'reemplazando' el falo que no tuvo (o que 'perdió') con el deseo de tener un hijo del padre (más tarde, de otros hombres).
Es usual que, según las bases del psicoanálisis, el individuo no pase por cada etapa sin llevar consigo remanentes sin resolver de las anteriores, llenando de matices la adultez 'normal'.
¿Podría pues el feminismo radical transexcluyente ser resultado de un Edipo irresuelto cuya angustia se revela ante la idea de que alguien que tuvo tanta suerte de nacer con pene y testículos no los quiera y, por Judith Butler bendita, se los quite?
Y así, los hombres se dicen mujeres para desaparecer a las hembras humanas porque, en la psique infantil, estas son criaturas inferiores.
Asimismo, las mujeres se creen hombres porque, en el inconsciente TERF, estos son superiores a su sexo biológico, traicionando la reivindicación de su género. Entonces la transexualidad se vuelve una conspiración misógina para desaparecer a todo ser nacido con vagina y útero.
¿Y si las TERF esconden bajo su manto radical el deseo irresuelto de un falo, resienten a quien osa dar el paso hacia aquella superioridad y beneficiarse de las bondades del patriarcado? Eso explica que tantos padres quieran hormonizar a sus pequeños y adolescentes: no ven la hora de que entren al ejército o ser señalados por un subgrupo de feministas (rechazado por el feminismo contingente) que alegan que denunciar la falta de acceso a la educación, la violencia sistemática y una expectativa de vida de 35 años es incompatible con protestar contra la violencia de género.
'Es que tienen un cerebro más pequeño que el masculino', '¿cómo pueden decidir en las urnas con un cólico menstrual?'. Y así fue como el mundo estuvo convencido de que las mujeres eran inferiores: retorciendo cualquier teoría a conveniencia, vomitando especulación que no podía probarse falsa.
Así pues, Sanín, Butler, Ngozi, et. al., se convierten en las Fernando Vidal Olmos del feminismo posmoderno, aquel que se reconcilia con quienes les negaron el derecho al voto y aseguraron por siglos que sus semejantes eran seres histéricos, inferiores y débiles.
Resta decidir si sus Informes sobre transgéneros son literatura o síntoma.